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Son
textos que
tienen por
característica común el presentar una historia
según el modelo del relato; es decir, de relatar unos
acontecimientos que se desarrollan y se encadenan los unos con los
otros en un espacio cronológico determinado. Son, pues,
textos en los que el desarrollo en el tiempo (diacrónico)
parece fundamental, pero no comportan un elemento paratextual y tienen
por destino la lectura y no la representación. Es el caso de
la epopeya, de la novela y de la historia, cuyo estrecho parentesco se
muestra netamente si se tiene en cuenta las formas intermedias que
permiten pasar sin ruptura del uno al otro: de la epopeya legendaria a
la historia, la transición se opera cómodamente
por el punto intermedio de la epopeya histórica. Y se
agregan la autobiografía, que es una forma particular de
historiografía, pero que en Roma se asemeja a la novela, y
la fábula que, bien precedida o seguida de una moraleja,
consiste, en lo esencial, en una breve narración.
Es
claro
que estamos aquí en presencia de modalidades diversas de un
género cuya unidad fundamental está asegurada por
la técnica del relato.
Nada
hay más
fácil a primera vista que definir la epopeya: es una obra de
larga duración; es una obra poética, escrita en
versos regulares; está consagrada a personajes y a acciones
heroicas; es decir, a hazañas, a elevados hechos y a
aventuras excepcionales; en fin hace un llamamiento, ya en virtud de su
ornamento, ya, quizás, de manera más esencial, a
lo que se ha dado en llamar lo maravilloso,
entendiéndose
este término como lo que es inexplicable de una
manera
natural. Esta terminología es
equívoca y poco
satisfactoria, pues la noción de sobrenatural
no
tenía casi sentido para los antiguos, y los dioses eran para
ellos parte de la naturaleza, de la misma manera que los
hombres y
las cosas; hablemos, pues, de intervención de ciertos seres
naturales, pero suprahumanos como eran los dioses, o más
generalmente de la intervención divina.
En efecto, nos
encontramos aquí en presencia de un importante problema que
es precisamente lo de maravilloso,
entendiéndolo como
venimos haciendo. Hay, pues, que cuestionarse: ¿Es
importante o no en la Epopeya? ¿Se pueden concebir
obras épicas en las que falte lo maravilloso?
La
cuestión, debatida durante siglos, se nos ofrece a nosotros
con un poco más de agudeza, ya que la Literatura Latina nos
ofrece muchas obras consideradas tradicionalmente como epopeyas y que
tienen, efectivamente, todos los elementos fundamentales del
género a excepción de lo maravilloso.
¿Es necesario, pues, desterrarlas del dominio
épico y unirlas a otro dominio, como podría ser
el de la historia?
Si consultamos la etimología de la
palabra epopeya, no nos aporta gran
ayuda, ya que en griego "epos"
significa "palabra". Así pues, lo épico será
todo aquello digno de ser
cantado, lo que no debe pasar
al olvido gracias a la eficacia de la palabra que lo
transmitirá, de forma oral o escrita, para el recuerdo de la
posteridad. Para los antiguos, una acción era
digna de
recordarse si comportaba una dimensión colectiva y
concerniente, no a un individuo, sino a una comunidad humana cuyos
héroes son solidarios.
Pero esto basta para ver que el
dominio de la epopeya es, en el fondo, el mismo de la historia, pues el
historiador, sobre todo en la Antigüedad, también
se hace narrador de grandes hechos, en donde de buena gana ilustran
héroes: el Agricola de Tácito, por ejemplo.
¿Qué permite, pues, diferenciar una obra
épica de una histórica? En efecto, si la historia
y la epopeya se sitúan en gran medida en el mismo terreno,
sin embargo parece bastante claro que su función no es la
misma: la historia, en principio, se preocupa por explicar, por hacer
comprender el desarrollo de los hechos que relata y esto, en la
Antigüedad, tenía como fin sacar una
lección para la conducta actual de los asuntos
públicos; el poeta épico es investido de una
misión de celebración, no se preocupa por
explicar, y las intervenciones divinas que él supone a veces
el origen de las acciones humanas, no son evidentemente causas
presentadas como tales. El historiador y el poeta épico
tienen en común el canto narrativo: los dos cuentan una
historia, pero el primero la cuenta explicándola, y su texto
es un discurso, mientras que el
segundo la cuenta
celebrándola y su texto es un canto. Pero, aún
cuando la celebración podía tomar la forma
oratoria del panegírico, toma en la epopeya la forma
narrativa, caracterizándose todo por el uso de una escritura
particular, que es la escritura poética noble, fundada sobre
una estructura métrica determinada: en Roma primeramente
el saturnio y después
el hexámetro
dactílico.
Las 3 características de la obra
épica son pues:
- la
función celebrante
- la forma
narrativa
- la escritura
poética regular
Cuando
esta
función fundamental de celebración se pierde o
pasa a un segundo plano, la epopeya entonces se degrada ya en historia,
ya en novela, mientras que, inversamente, una obra novelesca o
histórica tiende a la epopeya cuando su autor la reviste de
una función celebrante.
En Roma se
pueden distinguir 3 tipos de epopeya:
Relata
hechos muy lejanos en el tiempo, que escapan a la
investigación propiamente histórica y que recurre
de manera sistemática a lo maravilloso, haciendo intervenir
a los dioses en los asuntos humanos.
Relata
sucesos recientes y propiamente históricos pero proponiendo
una intervención religiosa análoga a la de los
episodios legendarios.
Se
caracteriza
por el rechazo de lo divino y dando a los hechos que relata, ciertos
pero exagerados por toda clase de procedimientos, una
interpretación racional fundada sobre un principio de
causalidad puramente humana. En el origen de la mayor parte de las
literaturas se encuentra una epopeya legendaria que conserva el
recuerdo ya de mitos divinos, ya de acontecimientos
históricos transfigurados; sin embargo las primeras epopeyas
latinas son poemas históricos y será necesario
esperar el apogeo de la Literatura Romana para ver nacer una epopeya de
carácter mítico y religioso. Por otra parte, en
Roma, la epopeya no se impone desde el principio, a la manera de los
poemas homéricos, como el género mayor por
excelencia, sino que se ocupa sólo de la escena literaria y
no se presenta como el libro fundamental de donde saldrán
poco a poco los otros. Sus principios son, por el contrario,
más modestos: nace al mismo tiempo que otros
géneros menos nobles, la tragedia y sobre todo la comedia, y
esto gracias a autores que tocan un poco todos los géneros.
Livio
Andronico (284-204a.c), Gneo Nevio (275-201 a.c),Q. Ennio
(239-169a.C.).
Virgilio
(70-19 a.C),
Ovidio (43a.C.-17d.C.), Lucano (39-65 d.C.)
Silio
Itálico(25-101d.c., Valerio Flaco(40-90d.c., Papinio
Estacio(45-95 d.c.)
Virgilio
nació en Andes,
cerca de Mantua, en la Galia Cisalpina, el 15 de octubre del
año 70 a. C., siendo cónsules Pompeyo y Craso.
Murió en Brindisi el 21 de septiembre del año 19
a. C. a los cincuenta años de edad. Hijo de campesinos del
norte de Italia, el nombre completo de Virgilio, Publius Vergilius
Maro, parece revelar un lejano origen etrusco. Sus padres eran
campesinos acomodados que proyectaron para su hijo una carrera de
abogado o de político. En el 55 a. C. toma la toga viril y
parte hacia Milán donde completa su formación
estudiando lengua y literatura griega. En el 54 a. C. se traslada a
Roma para iniciar los estudios de retórica que le
permitirán ejercer como abogado.
Sus
biógrafos
nos retratan un Virgilio muy poco dotado para la elocuencia,
tímido y retraído, enfermo durante casi toda su
vida probablemente de tuberculosis, en lo que hay que ver un agudo
contraste con el apasionado vitalismo de un Catulo o el moderado
talante de su amigo Horacio. Cuando Virgilio alcanza Roma en el
año 54 se encuentra en plena efervescencia la llamada
escuela neotérica, grupo de poetas cuya figura
más destacada era el veronés C. Valerio Catulo.
Las tendencias literarias latinas habían evolucionado mucho
desde los siglos III y II a. C. Los poetas ya no se limitaban a
traducir el material de la épica y de la tragedia griega en
metros y construcciones forzadas, barrocas y desequilibradas que la
lengua latina toleraba difícilmente. La
revolución neotérica había dejado a un
lado la mera fidelidad a sus modelos helénicos o el
carácter simplemente versificado de las traducciones.
Así
Virgilio, no sólo dispondrá de
mucho material griego ya traducido a versos latinos, sino que se
beneficiará de la nueva actitud estética que bajo
el liderazgo de Calímaco se desarrolló en la
poesía romana: gusto por la historia breve, por la intensa
participación personal en la historia por parte del poeta,
por la descripción de obras de arte en el interior de otras
más extensas, etc. ...
Animado
por el propio Augusto,
Virgilio dedicará 11 años a escribir la que
será su obra maestra, La Eneida.
La
Eneida obra
culminante de la epopeya latina es una
epopeya
legendaria, que celebra las hazañas del héroe
troyano, fundador del mítico pueblo romano. Parece que
Virgilio haya tenido inicialmente la intención de escribir
una epopeya de actualidad, consagrada a las hazañas
del
joven héroe de su tiempo, Octavio Augusto, fundador
del
régimen imperial y dueño de Roma
después de su victoria sobre su rival Antonio. Las
condiciones históricas habían en efecto cambiado
desde la época de Nevio y Ennio: aquéllos
habían escrito epopeyas que se podían calificar
de republicanas, en el sentido de que el venerable
héroe
era el pueblo romano; con Virgilio, estamos en la segunda mitad del s.
I a.C., la libera respublica ha muerto y
el
nuevo soberano de Roma se
considera como la encarnación del pueblo romano. Pues es una
epopeya a la gloria del príncipe que Virgilio
había anunciado en el prólogo del libro III de
sus Geórgicas. En efecto, el protagonista de la Eneida es
Octavio Augusto, pero el poeta ha elegido finalmente cantarlo menos
directamente, por mediación de su lejano
antepasado, el
piadoso Eneas. Octavio era, en efecto, el sobrino de Julio
César, cuya familia aristocrática
pretendía descender de Iulo, el propio hijo de Eneas que era
un héroe en el sentido propio de la palabra, un
semi-dios,
ya que su propia madre era la diosa Venus, la más popular
del panteón greco-romano.
Eneas,
pues, toma el lugar de su
lejano descendiente, y esta sustitución permite a
Virgilio
construir una epopeya de tonalidad homérica y profundamente
impregnada de lo maravilloso
y de un maravilloso no artificial y
literario, sino ligado a lo que era objeto de creencia y
constituía el fundamento mismo del nuevo régimen.
La
Eneida constituye de alguna manera una Odisea
seguida de una Iliada: en efecto los
6 primeros libros se presentan como una epopeya
de viaje y de búsqueda, mientras que los otros 6 libros son
una epopeya de la guerra, consagrada a los combates entre los troyanos
y los habitantes de este país. Es una obra caracterizada por
una bipartición simétrica, pero una
bipartición que parece a primera vista muy torpe, ya que los
6 primeros cantos relatan un periodo de 7 años, marcado por
variadas y atrayentes aventuras, mientras que la segunda parte relata
de una manera bastante monótona una guerra de algunas
semanas.
Ante
esta desconcertante composición, se pueden
emitir muchas hipótesis interpretativas: unos estiman que la
estructura binaria no es más que una apariencia y postulan
una estructura ternaria. De éstos, unos presentan la
siguiente estructura: 1ª parte, libros I-IV,
2ª
parte, V-VIII y 3ª parte,
IX-XII, es decir, 4 libros
dinámicos y cargados de acción,
después de 4 libros más bien
estáticos, menos ricos en peripecias y, finalmente de nuevo,
4 libros tumultuosos; otros presentan la siguiente: 2/3-1/3, en esta
hipótesis la epopeya se elevaría progresivamente
hasta el punto culminante que sería el libro VIII y los
libros IX-XII constituirían como una especie de
epílogo lleno de tumulto y de ruido comparable al final de
una sinfonía.
Lo
esencial está, sobre todo, en el
personaje de Eneas, que es ante todo el piadoso
Eneas, lo que se ha
de tomar en el sentido siguiente: Eneas, es fundamentalmente, el
héroe que ha recibido de los dioses una misión,
para él el más sagrado de los deberes, y que lo
ha sacrificado todo a esta misión; él no es
ingenioso como Ulises, es sobre todo un hombre de honor y de deber, lo
que no le impide tener ciertas flaquezas humanas. En fin aparece como
un héroe positivo, reuniendo en él las
virtudes
que se atribuían a los romanos. La Eneida no es una novela
de aventuras, es una obra comprometida, en favor de un hombre y de un
régimen que Virgilio había elegido servir, no por
adulación, sino por convicción. La piedad de
Eneas - como la de Octavio - no está excluida de una dureza
o crueldad que, quizás, nos parezca inhumana
(véase el pasaje en que Eneas mata a Turno, vengando al hijo
de Evandro, Palante, no compadeciéndose de las
súplicas de Turno), que para Virgilio también era
inhumana, pero que él la comprende como un elemento del ser
humano que es necesario esforzarse en reducir, en combatir, pero que no
llegará jamás a desaparecer.
La
Eneida es un
espejo del destino romano: así Eneas contrae matrimonio con
tres princesas de sangre real: en Troya con Creusa, en Cartago con Dido
y en Italia con Lavinia, de tal manera que él se encuentra
investido príncipe de tres mundos: el Oriente,
África y el Occidente, lo que fundamenta la
vocación de Roma a gobernar el universo. De la misma manera,
es posible hacer una lectura política de la escala de Eneas
en Cartago: Eneas, tentado a quedarse con Dido, es Antonio con
Cleopatra, y la vengadora Dido abandonada será
Aníbal, el implacable enemigo de Roma.
No
parece menos
verdadero que la empresa virgiliana constituía una vuelta,
más allá de Ennio y Nevio, a la
concepción homérica de la epopeya, en el sentido
de que, en el poema, todo se desarrolla según la voluntad de
los dioses, que intervienen constantemente en el desarrollo de los
hechos. La cuestión está en saber si Virgilio
creía en los mitos y en lo maravilloso que él
describía con gran talento, y si daba por verdaderos los
relatos que hacían la trama de su obra. La respuesta a estas
preguntas será sí,
si se tratara de Homero, y no
tratándose de Virgilio, pues Homero es anterior a la
era filosófica; Virgilio es mucho posterior, ha sido
epicureista, antes de ser atraído por el estoicismo y
quizás por el pitagorismo. Virgilio sabe perfectamente que
la historia que cuenta no es real, que Eneas jamás
penetró en el reino de los muertos y que sin duda
jamás existió; pero piensa que la
expresión mítica de una verdad tiene tanto valor
como su expresión racional. Por otra parte, Virgilio sin
duda está profundamente convencido de que la
restauración de la unidad romana al salir de las guerras
civiles supone la restauración de los antiguos cultos, y la
Eneida constituye, en un sentido, la contribución a esta
obra.
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